El deseo de buscar respuestas a nuestra existencia no es algo nuevo, no es un problema de la sociedad tecnológica o una moda como los niños índigo, que se desaparecieron de repente sin haber cambiado el mundo, como supuestamente harían. Más bien es una característica del ser humano, único animal capaz de preguntarse sobre su futuro y de cuestionar su ser y su estar.
Esta necesidad ha traído como consecuencia la búsqueda constante del por qué e inevitablemente la aparición de una serie de modelos, técnicas, sectas, religiones y una larga lista que, para bien o para mal, inunda el mercado en la actualidad. La necesidad del ser humano es legítima, pero la respuesta a esta necesidad puede no serlo, en muchos casos.
Vamos a estar claros, poner cuatro paquetes de harina pan y dos litros de aceite sobre una tabla, en una calle, no convierte a la persona en comerciante. Una cosa es un supermercado Excelsior Gama y otra un bachaquero. Al igual que la crisis venezolana de alimentos, esta crisis existencial ha traído como consecuencia la aparición de un grupo de personas inescrupulosas que juegan con la necesidad emocional o psicológica, los sueños y las esperanzas de muchos quienes buscan en ellos respuesta a sus requerimientos; y como en un libre mercado del alma, ofrecen sanaciones de una validez discutible, una rapidez irresponsable y una profundidad inexistente.
Se crean inescrupulosamente modelos que, sin ningún soporte científico, echan por tierra años de investigación y afirman de manera gratuita y con el atrevimiento de la ignorancia principios peligrosos que más allá de ayudar atentan contra el equilibrio del individuo. Hace un tiempo escuché a una amiga decirme que la crisis venezolana no la afectaba a ella porque no “vibraba en esa frecuencia”… Si usted cree que vivir en una especie de burbuja es sano, si usted cree que el dolor y la miseria de miles de sus compatriotas no la afecta o si usted piensa que los malandros o asaltantes le van a preguntar la frecuencia en la cual usted vibra antes de sacarle una pistola; entonces usted tiene un severo problema. Y lo que le enseñaron, me va a perdonar, es una abominación.
La responsabilidad es un principio inherente al ser humano, si no me creen pregúntenle a Sartré, y ser responsable significa tener argumentos. Antes de formarse hágase la pregunta lógica ¿quién me está formando?… Es la típica falacia de quien le ofrece en un taller “hágase millonario en un mes” y está dictando un taller en lugar de estar esquiando en los Alpes suizos, con una top model, o bailando mal en un yate por las islas griegas, como el famoso viejito ese con cuadritos en el abdomen.
Cuidado entonces con prestar oído a cantos de sirena, a respuestas milagrosas, a soluciones mágicas, a postulados gratuitos. Queremos ser expertos en algo en un fin de semana, instruidos además por unos “expertos” formados en un mes; quienes en una especie de alquimia, muy al estilo de la edad media, mezclan lo imposible para generar un resultado por demás absurdo.