Mi opera preferida siempre será Tosca, por lo dramático del personaje principal, la fuerza de la historia y la belleza de su música; pero mi aria predilecta no pertenece a esta opera, sino que es en francés y es la primera que interpreta una gitana cigarrera, de fuerza y sensualidad extraordinarias: Carmen. “L’amourestenfantdeBohême,iln’ajamais,jamaisconnudeloi;situnem’aimespas,je t’aime:sijet’aime,prendsgardeàtoi!“(El amor es niño gitano, que jamás, jamás ha conocido ley; si no me amas, yo te amo: si te amo, cuídate…).
Esta aria me ha hecho reflexionar mucho sobre lo que es el amor, ese sentimiento tan extraño e imposible de explicar que une a dos personas, no se sabe ni cómo ni porqué. Se ha intentado dar explicación científica a este fenómeno, cosa que me parece una real pérdida de tiempo y esfuerzos con tantos problemas existentes; pero todas han sido vanas para decirnos del porqué del amor.
Además, no es solo el amor, sino el cómo se ama, y esto si es un problema de socialización, sin duda. Aprendemos a amar como en las telenovelas, y en este sentido podrán haber cambiado los decorados, la tecnología y los senos de las actrices principales; pero el dramónsigue siendo el mismo, una copia al carbón de los mejores años del cine mexicano. Amor y sufrimiento se mezclan en un extraño caldo, como si el uno no pudiera existir sin el otro. Y esto es un fenómeno antropológico. Sólo basta con mirar el instrumento que usa Eros, en la mitología griega, para que la gente de enamore: nada más y nada menos que una flecha, con lo doloroso que es un pinchazo con la punta de esas bichitas. Se sufre porque se ama, y se sabe que se ama porque se sufre. Amor y penas se toman de la mano desde tiempos inmemoriales, ¿no me creen?… pregúntenle a Dido y Eneas, Sigfrido y Brunilde, Romeo y Julieta, Tristán e Isolda, Libertad Lamarque y Jorge Negrete, Lupita Ferrer y José Bardina (¿puede existir un dramón más grande que la cieguita campesina enamorada del terrateniente millonario y citadino?…)
El amor y el conflicto van de la mano, y eso hay que aceptarlo. Es lógico, además, pues es una relación emotivamente muy intensa entre dos seres diferentes, con gustos diferentes e historias diferentes. Creer que dos personas van a amarse eternamente sin discutir siquiera por la película que van a alquilar el domingo en la noche, es mucho pedir. De hecho, cuando se pregunta a parejas que llevan mucho tiempo juntas cuál ha sido su receta para mantener el amor vivo, ninguno (que yo sepa) ha dicho en primer lugar “sexo y lujuria”, sino paciencia, tolerancia y perdón… Y no por pena a que nos imaginemos a dos tiernos viejecitos que van a cumplir bodas de oro revolcándose en una cama, sudados; sino porque realmente la tolerancia, es decir, la capacidad de entender que el otro es distinto a mí, pero tan importante como yo, es básica para cualquier relación humana, incluyendo las relaciones de pareja. Un amigo muy querido dice que a la pareja se le ama no “por” sino “a pesar de”, y eso es una verdad como un templo. Amar a una persona porque es bella, talentosa, tierna, inteligente y sabe cocinar, no tiene chiste. Amarla a pesar de que es terca, ronca, le cuesta entender, besa muy duro y se le queman las arepas, eso si que tiene sentido.
El problema no es el conflicto, sino cómo nos enfrentamos a él y cómo surgimos de él. Si somos capaces de aprender y crecer. Si sirve para conocernos mejor, comprendernos más y exigirnos menos, entonces bienvenido sea. Barbra Streisand hace una extraordinaria reflexión sobre este punto en la película “ElEspejoTienedosCaras”: “La pregunta final es, para qué enamorarnos si podemos vivir