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Por Mi Culpa, Por Mi Culpa

Me estoy sentando a escribir esta reflexión precisamente el miércoles santo, fecha en la cual la devoción popular celebra a Jesús Nazareno y las calles se llenan de morado al paso de múltiples niños, hombres, mujeres y ancianos que, vestidos de púrpura, expresan la devoción a una imagen milenaria, imagen que inmortalizara el gran poeta venezolano Andrés Eloy Blanco en el poema “El Limonero del Señor”: “Sobre la frente del Mesías hubo en rebote de verdor / y entre sus rizos tembló el oro amarillo de la sazón /de lo profundo del cortejo partió la flecha de una voz “¡Milagro…” Este día las iglesias están repletas de fieles para pedir o pagar favores al Hijo de Dios, como si de un vulgar mercader se tratara, y el templo de San Francisco se llena de orquídeas e incienso. Pero, sin querer pecar (y menos en Semana Santa) de irrespetuoso para con la fe popular, valiosa y hermosa por demás, lamento decir que la mayoría de las veces esto se reduce a un evento más folklórico que religioso, más anecdótico que profundo y más costumbre que vivencia.

La imagen de Jesús Nazareno tiene una fuerza teológica, pedagógica y psicológica avasallante y su actualidad para los pelos. Por un lado, expresa el engaño, la manipulación y el abuso del poder por parte de la autoridad de la época, que aún conscientes de la inocencia de aquel hombre, es capaz de montar todo un aparataje y hacer uso de su poder religioso y del chantaje político para llevarlo a la peor muerte conocida en la época, la muerte en la cruz. El problema ahora no es discutir si Jesús era o no era Dios, ese es otro tema y allí respeto las creencias de cada quién. Ya se ha demostrado de muchas maneras que Jesús de Nazareth existió históricamente y, por lo tanto, sea o no sea Dios, representó la ejecución injusta de un inocente por parte de la autoridad de la época por el simple hecho de representar un obstáculo, una voz que denunciaba, una piedra en el zapato. La componenda que se monta contra Jesús por parte de las autoridades judías (y ojo, no estoy siendo antisemita, porque aquí se disparan los epítetos; sólo estoy planteando un hecho histórico) iba totalmente en contra de la legislación imperante en la época.

Pero lo más triste de este caso es la actitud del pueblo, y este tema si vale la pena analizarlo con cuidado. La iglesia católica hace en Semana Santa algo en apariencia absurdo. El Domingo de Ramos, cuando se celebra la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, cuando el pueblo lo proclama Rey y grita “Bendito el que viene en el nombre del Señor, hosanna”…, se lee el texto de la Pasión. A simple vista parecería una contradicción: Apenas empieza la semana, estamos alegres porque lo están proclamando Rey y ya leemos sobre cómo lo matan… Pero realmente la iglesia católica quiere llamarnos la atención sobre nuestra actitud: el mismo pueblo que ese domingo aclamó al Dios hecho hombre, menos de una semana después gritará “crucifícalo, crucifícalo”, y se mantendrá imperturbable ante el ser torturado. Así somos, muchas veces, los seres humanos.

Aprovechando que esta Carta de Noticias está dedicada a los Derechos Humanos, cae a dedillo con la época la actitud frente al tema del Jesús condenado, del Jesús Nazareno cargado con la cruz. Esa imagen tan hermosa y terrible ya no nos hace reflexionar sobre el crimen y la violación a los derechos

humanos que representa, y que todavía hoy se sigue cometiendo a diario, sino que nos deja en la contemplación disociada, nos convierte en meros espectadores de un show, como cuando leemos en las noticias o vemos en televisión las múltiples violaciones a los derechos humanos que se cometen en el mundo y nos conformamos con pasar la página o cambiar de canal, buscando el cine o el programa cómico. No significa esto entonces que debemos darnos golpes de pecho o flagelarnos, sino preguntarnos si nuestra actitud en la vida, ante lo que acontece a nuestro alrededor con tantos seres humanos que están sufriendo en carne propia la violación a sus derechos más inmediatos, es la misma actitud que tenemos ante la imagen del Nazareno: la mera contemplación. Hay una diferencia significativa entre la palabra lástima y la palabra compasión. La lástima nos deja fuera del problema, nos convierte en espectadores; mientras que la compasión (padecer-con) nos asocia, nos produce empatía, nos hace parte de… Dejemos, pues, de sentir tanta lástima y empecemos a compadecer. Conviene preguntarnos cuándo en la vida diaria somos Jesús torturado, poder que oprime y desprecia o pueblo alcahueta y cómplice.

Independientemente de la fe que profesemos, aprovechemos pues esta oportunidad para reflexionar sobre cómo llevamos la vida en un mundo marcado por la guerra, la pobreza, la indiferencia y un largo etcétera que parece nunca acabar. Cuando mires pasar frente a tu casa o por televisión, en alguna de las tantas procesiones propias de esta época, la imagen del Jesús sufriente, quítale la cara de madera o piedra y ponle una de carne, la cara de alguien conocido o desconocido, y pregúntate como, a semejanza de Simón de Cirene o de la Verónica, puedes ayudarle a cargar su cruz…

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