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Un Vistazo a la Barca de Caroonte

Uno de los misterios que más inquieta al ser humano es, sin duda, la muerte. No sólo por la certeza de que todos vamos a pasar por ella en algún momento, sino porque la percibimos con un poder e, incluso, una presencia trascendente. No en vano todas las culturas han tocado, de una u otra forma, el tema de la muerte, llegando quizás a su máxima expresión en la cultura egipcia, donde el reino de los muertos prácticamente se equiparaba al mundo de los vivos.

Para Fernando Savater, la muerte es una de las preguntas básicas del hombre occidental y para H. Küng es la gran incógnita, porque nadie ha podido regresar de ella para contarnos, para darnos una idea. Ya hay suficientes estudios científicos para entender que las personas que han sufrido de muerte clínica y narran vivencias de luces, túneles, voces y un largo etcétera; realmente no han experimentado la muerte y por esa razón sus narraciones guardan mucha similitud con otros estados alterados de conciencia.

Todos hemos sentido en algún momento la muerte, ya sea a través de un ser querido o de las noticias, y eso, en la mayoría de los casos, nos ha hecho pensar sobre nuestra propia muerte. Sin entrar en detalles religiosos, donde debe privar el respeto a las creencias de cada quien, sin duda hay algo que une todas las percepciones sobre la muerte, y es que no es un hecho aislado ni independiente. El problema no es morir, sino lo que hay antes y después. Como lo que hay después no lo podremos saber hasta que lo hayamos experimentado, entonces la clave parece estar en lo que hay antes. Es decir, para reflexionar sobre la muerte debemos reflexionar sobre la vida. Y la vida sólo se reflexiona en gerundio: viviendo, porque más allá de un problema filosófico es un problema práctico.

Fernando Risquez nos dice que debemos ir cultivando un jardín interior, porque de lo contrario, al envejecer, la vida se viene abajo. Como en un jardín, lo bonito es la variedad. Un jardín sólo de orquídeas impacta de inmediato, pero cansa a los pocos minutos si no observamos lo verde de las hojas, o la rugosidad del tronco donde están sembradas. Por eso, aunque parezca contradictorio, la muerte nos invita a vivir la vida en plenitud, a dejarnos llevar en algunos momentos, a experimentar en otros, a probar,

a equivocarnos, a caernos y levantarnos, a amar y llorar; a compartir. No a volvernos locos, irresponsables o egoístas; sino a explorarnos y descubrirnos.

En conclusión, en lugar de preocuparnos por la muerte, deberíamos ocuparnos de la vida.

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